LA CASCADA DE LOS CÓNDORES
INTRODUCCIÓN (Por Emiliano, Imanol, Federico y Luis)
Luego de planear, durante casi dos semanas, la primera salida entre los cuatro, tomamos la decisión
unánime de dejarnos guiar por aquellas experiencias de algunos amigos y conocidos, para dar inicio
a la aventura de intentar vivir de lo que más nos apasiona… el campo y sus amores incondicionales
que, día tras día, a lo largo de nuestras vidas, nos llenaron el corazón de alegrías y buenos momentos.
Y sin querer entrar en un prólogo demasiado extendido y engorroso, es que le damos la bienvenida a
la primera travesía de MONTE ABIERTO, un espacio para todos aquellos que, al igual que nosotros,
aman y respetan la naturaleza y sus dones.
LA CASCADA DE LOS CÓNDORES
Intentábamos encontrar un sitio adecuado para darnos a conocer. Una parte de la hermosa provincia
de Córdoba que carezca de ruidos citadinos y rebalse de cantos silvestres. Federico, uno de nuestros
integrantes, supo tener una bella experiencia practicando un poco de descenso y escalada, en un lugar
no muy lejano de la ciudad que reunía aquellas primordiales características que todos estábamos
buscando. Luego de reunir un poco más de información acerca de la ubicación del mismo,
emprendimos la ardua tarea de planear la primera aventura para el día 7 de noviembre del año 2020. En
los tiempos que corren, poder anticipar gastos y tiempo es fundamental para la tranquilidad de todos.
La cascada de los cóndores, se encuentra situada en la ciudad de Rio Ceballos, perteneciente al
departamento Colón, en la provincia de Córdoba. Aproximadamente 35 km son los que separan la
ciudad de la capital; un trayecto cómodo y económico para un plan de fin de semana, partiendo desde
el microcentro de la capital. Tomamos la ruta E53, en dirección hacia el norte, a una velocidad
moderada en automóvil; llegando a la ciudad de Rio Ceballos, bordeamos parte del dique La Quebrada;
Una vez que tomamos el camino que serpentea el dique, nos vamos dando cuenta de que todo se
empieza a poner color verde. Nos encontramos con casas de campo bastantes silenciosas y a medida
que pasan los minutos, las invitaciones, al borde del sendero, nos hacían señas invisibles para
detenernos y ser partícipes de sus historias y su gente; la humedad se hacía un poco más densa
debido a la jaula de árboles grandes que encajonan algo más que nuestros ojos. Aquel primer destino
concluye en el abandono (por dos días) de nuestro vehículo.
Debido a su primera experiencia, Federico, se ofreció amablemente en contactar con las personas
encargadas del “Albergue de Campamento Los Guindos”, y solicitar un permiso especial para poder
guardar al auto mientras nos adentramos en el monte. Luego del cordial recibimiento del dueño del
espacio, y una vez recibida las instrucciones en cuanto al cuidado de la zona, preparamos las mochilas,
bajamos todo lo necesario y nos encaminamos a “perdernos” por cuarenta y ocho horas de la
civilización. Hay aproximadamente unos 4 kilometros desde el albergue hasta nuestra cascada. Llevando
solo lo necesario y dividiendo el equipamiento entre los cuatro, comenzamos la caminata.
Si no nos equivocamos el trekking de esta zona está catalogado como dificultad fácil. Sin embargo,
debido a que todo el camino hasta la cascada se realiza caminando las márgenes y el lecho del Río
Ceballos, es siempre recomendable tener todas las precauciones necesarias para no sufrir caídas
peligrosas debido a la gran cantidad de sectores rocosos y húmedos que el río permite cruzar. Ese día
el clima nos favoreció mucho, llegando a unos 30 grados en los momentos más calurosos, y solo nos
detuvimos dos veces a hidratarnos un poco mientras disfrutábamos del paisaje. Los cantos de los
zorzales y el ruido de las ramas, golpeando unas contra otras, ya nos habían cautivado y solo
pertenecíamos a ese hermoso entorno; nos comenzamos a camuflar con la naturaleza y a adoptar sus
virtudes en cada respiración agitada y en cada paso entre sus tierras. A ese ritmo, y casi siendo unos
invitados de honor, estuvimos en la cascada en unas dos horas.
marcharían a los pocos minutos, dejando toda la “casa” a nuestra disposición.
Imanol y Federico se proponían a armar nuestra habitación mientras que, Emiliano y Luis, machete en
mano, buscaban leña y limpiaban un poco el sector designado por unanimidad como el comedor del
recinto. En esta ocasión, para alivianar un poco el peso, optamos por llevar un toldo semi impermeable
para nuestra noche allí. Federico y Emiliano se encargaron de llevar todo el equipo necesario para
poder realizar descensos y escaladas de la manera más segura posible; mosquetones homologados y
sogas adecuadas, entre otras cosas. Así que, se podría decir, que teníamos la diversión asegurada,
nunca mejor dicho.
Las risas no faltaron y aquí también les dejamos una secuencia muy linda de nuestra primera vez
escalando para Monte Abierto.
Tratando de economizar en nuestras comidas, y pensando en la cena del sábado y el almuerzo del
domingo, decidimos llevar pollo, arroz y unas verduras. Emiliano, cocinero decretado de Monte Abierto,
se encargó de preparar nuestros manjares, los ayudantes manteníamos el agua caliente, a la
temperatura justa, para los mates amargos que fueron pasando durante todo el tiempo que la cascada
nos permitió disfrutar de su compañía. Agradecemos y aplaudimos de manera simbólica a nuestro Emi,
de aquí en adelante “el chef”. Los demás nos consideramos buenos asistentes (según sus palabras).
La noche en ese valle es quieta, la luz se va por completo y las paredes no dejan entrar mas nada que
a los pequeños destellos de las estrellas durmiendo en un cielo limpio y cautivante; las luces de
nuestras linternas reflejándose en el agua y en las copas de los árboles, fue lo único que interrumpió
con la oscuridad.
Nos olvidamos los cubiertos y valiéndose de un par de cuchillos, Imanol y Federico confeccionaron
tenedores y cucharones de madera de siempre verde… que resultaron un éxito rotundo. Pollo, fue la
cena. Y un estofado del mismo animal, con papas, cebollas y arroz quedaba listo aquella noche para el
almuerzo del domingo.
Y si… la primera caminata en grupo… el cansancio fue abrazado por la paz de la noche… y luego de
sacar algunas ranitas intrusas de nuestro refugio, dijimos… hasta mañana, despansándonos de la risa
entre todos.
Nos despertó la brisa fresca y el cielo tapado de nubes. Los amargos no se hicieron esperar.
En el mismo lugar que escalamos el día anterior, escalamos ese nuevo día. Aprendiendo nudos de la
mano de Federico (que prometió traernos un video acerca de ello).
Con más de medio día aún por delante, la lluvia nos obligó a suspender aquel descenso que teníamos
planeado en las paredes que bordeaban el nacimiento de la cascada, allá arriba.
El almuerzo se adelantó un par de horas y, como una canción relajante, el monte nos premiaba con la
bendición de la lluvia, transformándola en una acompañante de honor sorpresiva de nuestra travesía.
Cuando se aprende a mirar el cielo, se puede realizar un pronóstico adelantado de cómo puede ir
transcurriendo el día; la temperatura no había bajado casi nada y las nubes de color gris oscuro se
aproximaban; allí decidimos comenzar la vuelta a un paso apurado, para evitar ser participes de una
crecida eventual y, de la misma manera, evitar un mal rato.
La ropa mojada y las piernas cansadas al llegar a nuestro automóvil, fueron las señales de una
jornada completa y exquisita. Teníamos el treinta por ciento de las cosas para pasar un buen fin de
semana en este lugar tan hermoso que la provincia de Córdoba nos regaló; sin embargo, el monte
nos brindó el otro treinta por ciento y, al final, la pasión por la naturaleza que nos une en amistad, nos
complemento con el otro cuarenta por ciento restante. Las aventuras de Monte Abierto… acaban de
comenzar.
Hermosa experiencia. Bello lugar. Que no decaiga esa gran amistad que crearon.
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